Apetito 69.

 Y venga hagamos esta otra. Estoy inventando, es otro cuento. Ahí iba el maestro Lucas Ospina subiendo las escaleras de la universidad, estaba preocupado porque siempre había dado clases magistrales y ahora se enfrentaba a dictar un taller, y traía bajo el brazo un papel en el que había garabateado la propuesta de lo que sería su método de evaluación, decía, califíquese usted mismo que es el que sabe que tal fué su desempeño sobre el semestre, punto. No sabía si eso iba a funcionar, le angustiaba cualquier decisión que en la facultad pudieran tomar en contra, e imaginaba los comentarios, el maestro Ospina está  rompiendo con todas las normas de la universidad; qué ocurrencia es esa de permitir que los estudiantes tomen determinaciones sobre las calificaciones; así nadie va a trabajar en ese taller, no hay motivación! Y su preocupación más grande era por mantener el empleo, todo el mundo sabe que conseguir trabajo en artes no es sencillo y ahora ésto podría ser como mínimo una anotación en su carpeta. Y ahora qué le digo a mi madre que ha confiado tanto en mí? Ospina se llenó de valor e ingresó al salón de clases, lo tenía decidido, serían los estudiantes quienes tomarían decisiones sobre sus calificaciones, y con entereza decidió asumirlo de ese modo.

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